Todos los hombres del rey by Laura Gallego García

Todos los hombres del rey by Laura Gallego García

autor:Laura Gallego García [Gallego García, Laura]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2024-03-01T00:00:00+00:00


El asunto de las estatuas

Durante la cena hubo una conjunción de detalles discordantes que Felicia no terminaba de encajar. Para empezar, y a pesar de que solo había tres comensales, tuvo lugar en el gran salón, que ella y Camelia no habían utilizado jamás. Y había cocineros, y criados que llevaban y traían platos, servidos en una elegante vajilla que Felicia no conocía. Todo se desarrollaba siguiendo un rígido protocolo, como si todavía se hallasen en el palacio real de Vestur. Felicia no estaba acostumbrada a aquellas formalidades en el hogar de su niñez y las encontraba fuera de lugar.

Por otro lado, el menú era muy sencillo, más propio de granjeros que de príncipes y reyes.

—Se debe a que no se puede cazar ni recolectar en el bosque, así que tenemos que conformarnos con alimentos muy básicos —explicó la reina con un suspiro—. Ojalá encontrásemos la manera de levantar la maldición. Me resulta incomprensible que tu madrina no lo hiciese durante todo el tiempo que estuvo viviendo aquí. ¿A ti no, Felicia?

La muchacha estaba removiendo el contenido de su plato, perdida en sus pensamientos, sin apenas prestar atención a su madre, pero levantó la cabeza cuando ella la mencionó.

—¿Cómo dices?

—El bosque embrujado —respondió Asteria—. Y esas pobres estatuas del sótano… —Suspiró de nuevo—. Ya que estamos aquí, deberíamos tratar de desencantarlos a todos. ¿No crees que sería una buena idea, Cornelio? —añadió.

El príncipe asintió con energía.

—Sí, sin duda. Aunque no será sencillo, me temo. Solo un beso de amor puede romper el hechizo en cada caso —les recordó, dirigiéndole una intensa mirada a Felicia; ella se ruborizó—. Y a esos pobres diablos ya no los recuerda nadie.

—No obstante, es nuestro deber, como señores del castillo, hacer todo lo posible por acabar con los restos de esta magia cruel y oscura —insistió la reina—. Deberíamos empezar por sacar a la luz todas esas estatuas. Es posible que a alguno de esos héroes todavía lo estén esperando en alguna parte, ¿no creéis?

Felicia ladeó la cabeza, interesada por primera vez en la conversación.

—Es cierto, no se me había ocurrido —comentó—. Las estatuas más recientes tienen como mínimo quince años, pero vale la pena intentarlo.

—Ya hemos tratado de entrar en el sótano, pero la puerta está sellada —dijo Cornelio. Detectó entonces la mirada significativa que le dirigió Asteria y añadió—: Ah, Felicia, ¿tú no tenías una llave mágica? —La muchacha se envaró, pero él prosiguió de todos modos—: Podrías abrir la puerta del sótano con ella, ¿no es así?

—Tal vez —respondió ella con precaución.

Se arrepintió en cuanto lo dijo, sin embargo. Quizá lo más inteligente habría sido decir que había perdido la llave o que se la habían robado. Porque su madre la observaba con fijeza y ella temía que le arrebatase aquel tesoro, como su padre se había apropiado del cofre de maese Jápeto.

Sin embargo, Cornelio y la reina tenían razón: si había algún modo de salvar a los héroes petrificados, o al menos a algunos de ellos, debían encontrarlo.

—Probaré a abrir la puerta por la mañana, si os parece bien —murmuró por fin.



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